Era ya casi un ritual personal. Todos los viernes, al
terminar la jornada, Jessica iba con sus compañeras de trabajo a ese barcito
íntimo que quedaba en la planta baja de su oficina.
Ella decía que el “happy hour” era muy agradable y divertido
a veces. Luiggi, el barman servía unos tragos muy especiales y consentía a las
chicas con sorpresas nuevas y diferentes cada viernes. Pero lo mejor de todo
era Bonifacio, el pianista, a quien el grupo le había puesto el mote de
Liberace. No era gay, ni tampoco vestía las prendas extravagantes del músico
gringo, no era un virtuoso, nada que justificara el apodo, no obstante, a
alguna de las chicas le comenzó a nombrar así, y así se quedó.
No había duda, para
esa pandilla laboral, ese encuentro era un momento de relax después de una
semana de arduo trabajo.
Ese viernes, para Jessica era algo distinto. Nuevamente, su
novio le había mentido. No era la primera vez. Sabía que era picaflor y
enamoradizo, sin embargo, no le importaba al principio, y aún ahora, estaba
renuente a terminar esa relación que la alimentaba, que le daba aire para
respirar. No se atrevía a dejarlo, so pena de sufrir más de lo que estaba
sufriendo por sus engaños.
El ritual se cumplía tal cual, sus compañeras bebían y reían
como siempre, pero ella no estaba de ánimo. Al pasar su mirada por el local, se
fijó en el músico que tocaba algunas baladas en su instrumento. Algo la impulsó
a acercarse para escuchar las melancólicas piezas, buscando un ambiente que estuviese
más acorde con lo que estaba sintiendo.
Mientras Liberace tocaba, Jessica entró en una especie de
éxtasis. El hombre se detuvo, la observó y le dijo:
-
Amiga, ¿Te pasa algo?
Jesica puso un gesto de sorpresa.
La pregunta la sacó de su letargo:
-
Problemas, solo problemas – atinó a decir.
-
Seguro que
de amores – replicó el músico. – Pero chica, eres hermosa y agradable, ningún
hombre merece que le tengas tantas contemplaciones.
-
¿Cómo sabes
eso? Yo no he dicho nada! – Afirmó la joven intrigada.
-
Si
supieras, en mi profesión he visto y me han contado de todo. Tengo historias
que han pasado por aquí, alegres y tristes, nostálgicas y emocionantes, ya casi
nada para mí es un secreto. Son centenares, y te lo voy a demostrar.
-
Nancy,
Nancy, acércate!- dijo dirigiéndose a una mujer sentada en la barra. Tenía unos
50 años. La dama bien vestida y ciertamente alegre se acercó a Liberace, y besándole
en la mejilla, le dijo:
-
¿En qué
te puedo servir, querido? –
-
Aquí la
muchacha necesita un buen consejo.
Podrías acompañarme con una canción?- inquirió Liberace.
-
Por
supuesto, my friend, jejejeje. ¿Cuál?
-
Aquella que cantaste el otro día, la de la
Guillot.
-
Ah, esa. Chévere. Arráncate pues.
Sonaron
las primeras notas al pulsar sus ágiles dedos sobre el marfil, y de la bolerista
surgió una voz afinada, ronca y seductora, mostrando la intérprete un dominio
total de la escena. Y se oyó:
Voy
Viviendo ya de tus mentiras,
sé
que tu cariño no es sincero
sé que mientes al besar
y mientes al decir
"te quiero"
me resigno porque sé
que pago mi maldad de ayer.
Siempre fui
llevada por la mala
y es por eso
que te quiero tanto,
más si das a mi vivir
la dicha
con tu amor fingido
miénteme una eternidad
que me hace tu maldad feliz.
¿Y qué más da?
La vida es una mentira;
miénteme más
que me hace tu maldad feliz.
Al terminar, los clientes
aplaudieron a rabiar la hermosa interpretación, mientras Jessica tenía en sus ojos dos lagrimones. Gemía
desconsoladamente, inundada de la tristeza del amor maltratado.
Bonifacio, o tal vez Liberace, se
acercó a la joven y le dijo:
-
Amiga, la opción está en tus manos, de nadie
más!
Miénteme – Olga Guillot:
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